¡Casi, casi! (Testimonio de una caída)
Sentí como si fueran unos 20 segundos, el vuelo desde esa altura increíblemente me dio el tiempo de intentar mejorar la posición en la que caía. Consciente de que mi cabeza sería la primera en saludar al suelo patagón, logré poner mis brazos detrás de ella, me giré sobre mi costado derecho como si eso fuera a salvarme y sólo me quedó esperar el impacto.
Estábamos en La Muralla China, hermoso sector ubicado en las afueras de Coihaique, en la región de Aysén. Éramos cinco personas, todos locales, menos yo. Comencé escalando rutas sencillas, quería sentir la caliza de la que tanto me habían hablado, me encontraba un poco fuera de forma por una tendinitis que arrastraba hace un par de semanas pero para mi sorpresa me sentía escalando muy bien. Aún así creo que en lo más profundo de mi ser, sentía que algo no andaba bien, algo inexplicable, aunque imagino que a varios les ha pasado antes de que algún percance ocurra, como una corazonada, una señal, pero imposible de interpretar y que simplemente es ignorada.
Luego de tres rutas encima y cuando el reloj marcaba las seis de la tarde, me animé a dar un pegue a una hermosa fisura que se dibujaba por el interior de un diedro muy pronunciado. Desde abajo parecía ser bastante fácil de proteger, la fisura era continua y muy homogénea, “no creo que tenga ningún problema con la protección” pensé. Un poco cansado de un pegue anterior que me había dejado bien agarrotado, decidí dar un primer intento. Antes de llegar al diedro había que sortear unos tres metros de roca protegidos por dos bolts, sección que me complicó en una primera instancia. Sentía que mi brazo izquierdo no estaba respondiendo bien, entonces decidí bajar, descansar unos minutos e ir nuevamente, más fresco. Así fue. Muy confiado de las habilidades que hasta ese día suponía tener cuando de protección natural se trataba, decidí llevar 6 piezas, las que calculaba serían las ideales para proteger toda la ruta, considerando que desde la mitad, hasta la reunión, el diedro se tendía a aplomar y que no sería mentalmente necesario proteger una posible caída.
Iba por mi segundo intento, llegué a la terraza luego de sortear los primeros metros protegidos por los Bolts. Me sentía tranquilo, muy entusiasmado y como siempre muy enfocado. Desde la terraza podía apreciar, a unos tres metros sobre mí, el espacio en la grieta donde, desde el suelo, calculé que el cam#3 funcionaria a la perfección; y desde mi posición pude confirmar que era cierto, el emplazamiento era ideal, pero para alcanzarlo era conveniente poner una pieza antes de llegar a aquella sección, pieza que no consideraba para esos primeros metros y que calculaba ocupar en una sección muy posterior. Un cam#0.75 hizo el trabajo, una vez asegurados aquellos metros me monté de lleno al diedro, la ruta era buenísima, pies muy finos y una fisura muy limpia y perfecta. Progresé un metro y medio y logre estirarme lo suficiente como para emplazar el Cam azul.
Pensé “a este flaco le confío mi vida y la de mi familia”; el emplazamiento era ideal, profundidad perfecta, las levas trabajaban bien, era imposible que ante una caída esta pieza se fuera a salir, así que decidí recuperar el seguro antecesor. Comencé a progresar un poco más por la ruta hasta que llegué luego de unos 2 metros a una sección un tanto más técnica de lo que imaginaba. El seguro estaba a la altura de mis muslos, se veía firme; sabía por experiencia anterior que si se presentaba una caída, este aguantaría. Nunca he tenido miedo a las caídas con protección natural y he ganado lindos y largos vuelos gracias a esta mentalidad. Jamás me falló uno; aun así, pensé en proteger inmediatamente saliendo de esa sección. Moví los pies, me acomodé para estirarme en búsqueda de la fisura y ocurrió lo inesperado, mi pie derecho se resbaló y comencé a caer; me mantuve tranquilo a la espera del tirón de la cuerda, hasta que sentí ese ruido que jamás olvidaré. Un ¡CLAC! me hizo entender que la pieza ya no se encontraba donde yo la había dejado y que estaba en verdaderos problemas. Sabía que si esa pieza fallaba, llegaría al suelo. La distancia entre ésta y el Bolt que la antecedía era muy larga, era imposible que mi asegurador pudiera hacer algo por recoger cuerda o intentar alguna maniobra. Caí alrededor de 9 metros en libre, el impacto lo recibí con mi espalda, principalmente con mi costado derecho. Las piernas se fueron sobre mi pecho producto de la energía del golpe, como un efecto acordeón. Creo que no estuve ni dos segundos en el suelo. El impacto fue tan fuerte que mi pecho se comprimió, no podía respirar, sólo muy pequeñas y dolorosas inhalaciones ayudaban a que mi organismo se oxigenara.
Durante los siguientes treinta segundos recuerdo correr por la base de la ruta, desesperado, quizás buscando en alguna parte el aire que me faltaba. Mi partner aterrada me gritaba “Walo! Walo!” y todo lo que vino después fue una pesadilla. Rápidamente mi respiración intento regularizarse, pero sentía un dolor impresionante en mi pecho y espalda a la altura del pulmón, el pánico se apoderó de mi por un instante, estaba seguro que me había quebrado un par de costillas y que lo más probable era que hubieran perforado o dañado mi pulmón gravemente. Durante los primeros treinta minutos tuve mucho miedo, pensaba que era el fin, creía que el daño interno era muy grave y que sería todo para mí.
En estas situaciones rápidamente entra en juego todo lo que has aprendido en la vida, todo lo que sabes, todo lo que leíste y te contaron. Traté de enfocarme, de respirar lo poco y nada que podía sin alteraciones y fluidamente. El temor me generaba una angustia horrible, sentía deseos de llorar del dolor pero sabía que eso me haría respirar muy irregularmente y que no podía perder la cabeza en ese momento. Me relajé, me entregué por completo a mis amigos y dejé que ellos se hicieran cargo de todo. Mi única tarea en ese momento era mantenerme enfocado y tranquilo. Sentado en el suelo, gracias al soporte que me brindaba Daniel, pusimos manos a la obra en la logística. Intenté reincorporarme para evaluar si podía bajar por las mías, pero era imposible, el acceso a La Muralla China es por una subida muy empinada de unos treinta minutos a buen ritmo. Si bien podía dar algunos pasos, cada vez que me movía sentía un dolor terrible y más miedo de que eso empeorara las cosas. No sabía si tenía una lesión lumbar, mi pierna derecha me estaba matando y mi pecho simplemente estaba al borde del colapso, definitivamente era necesario coordinar con un equipo de rescate, entre las cinco personas que estuvimos ahí no hubiésemos podido hacer nada y así fue.
Llegó a los 50 minutos del accidente una ambulancia del SAMU, el paramédico se me acerca y me hace ciertos chequeos, mi saturación de oxigeno en sangre era buena, eso daba a interpretar que era muy poco probable que tuviera una perforación en el pulmón. Mi aspecto era medianamente pálido, pero no lo suficiente como para inducir que tenía algún tipo de hemorragia interna. Con esos dos datos me volvió el alma al cuerpo. Podía estar tranquilo de que no moriría, pero también era consciente de que aún quedaba mucho por hacer y el dolor me recordaba en cada segundo que pasaba, que no era hora de celebrar, había que salir de ahí cuanto antes.
Una mascarilla de oxígeno me ayudó a regular mi respiración, oxígeno que se acabó a los cinco minutos. Me pusieron en la camilla y me inmovilizaron, una sonda en mi brazo izquierdo llenaba mi sangre de los nutrientes que necesitaba para pasar las siguientes horas sin alimento ni agua, pues de tener alguna lesión interna lo peor que podía hacer era ingerir cualquier cosa.
Debe haber pasado una hora más y llego el cuerpo de rescate de los bomberos. En ese entonces, entre amigos de Coihaique, el SAMU y los bomberos ya sumábamos unas 20 personas.
Inmediatamente el cuerpo de bomberos comenzó a evaluar la situación y cómo me sacarían de ahí. Para mí, estos fueron los momentos más críticos. Mi mente trataba de concentrarse en no sentir el dolor, la calma del lugar me ayudaba mucho, pero con la llegada de tantas personas y tantas ideas diferentes se me comenzó a hacer difícil mantener esa paz y comencé a desesperarme, el dolor a esas alturas era casi insoportable. Luego ya de unas dos horas y veinte minutos desde que ocurrió el accidente, llegó el GOPE. Esta fue la piedra angular del asunto. Eran muchos y con las cosas bien claras. En menos de veinte minutos, ya tenían cuerdas instaladas en reuniones naturales para proteger a los rescatistas de las peligrosas pendientes por donde me tendrían que sacar, además de tener un plan elaborado junto al equipo de bomberos de cómo se me remolcaría de forma segura.
Así comenzó la operación. A esas alturas deben de haber habido unas cuarenta personas, todos extremadamente comprometidos. Yo, para tratar de despejarme un poco les echaba tallas, les daba ánimo, les decía que les estaba haciendo más entretenido el día y hasta me di el lujo de invitarlos a todos a un asado por la buena voluntad.
Luego de unos quince minutos de maniobra logramos llegar a la cima de La Muralla China, donde se encontraba la ambulancia y de ahí todo ya pintaba para mejor.
Recuerdo que el dolor que sentí en la ambulancia producto del mal estado del camino, fue lo más terrible. Gritaba del dolor, era insoportable, ya no podía contener mis emociones, estaba desesperado.
Finalmente llegamos al hospital, donde me hicieron un sinfín de exámenes y muchas radiografías. Recuerdo que la tecnóloga a cargo me dijo “cuando terminemos, si apagamos la luz vas a parecer luciérnaga, con toda la radiación que te hemos tirado”.
Luego de que el doctor chequeara las radiografías la resolución fue una costilla rota en una sección y otra quebrada en dos partes, muy cerca de la columna y la otra en la parte frontal, desgarros múltiples en la musculatura lumbar, contusiones varias entre tórax y piernas y otros detalles que descubría cada segundo que pasaba.
Estoy bien, estoy vivo. El diagnostico es alentador; un mes de mucho dolor y tres meses sin hacer deporte. Pero me siento feliz, feliz por la gente que me ayudó, feliz por haber conocido a tantas personas increíbles en el rescate, por haber descubierto lo buena gente que son mis amigos acá, feliz por poder mover mis piernas, por poder caminar y por no tener ningún problema a nivel cerebral. La caída fue tremenda, de los que estábamos ahí, tres personas la vieron por completo y el consenso es uno sólo: “Walo, la sacaste barata”.
Todo lo que ocurrió aquel 4 de marzo del 2011 pudo haber sido evitado y esta es la parte más importante de la historia.
Durante casi dos años, me metí mucho en la escalada tradicional; intenté liberar rutas deportivas que eran protegibles naturalmente, prescindiendo de los Bolts y la seguridad que estos entregan.
Me sentía muy cómodo con la utilización del equipo, confiaba mucho en las piezas, desde los stoppers más pequeños hasta los camalots mas grandes, nada me provocaba desconfianza. Muchos vuelos largos sobre piezas bien emplazadas me daban la tranquilidad de considerar que mi criterio para implementar un seguro era perfecto, nunca me falló uno hasta aquel día.
Entonces, ¿dónde estuvo el error? Para mí el error más grande fue el escuchar mi ego, creer a ojos cerrados en mis capacidades físicas y no prever que éstas no siempre están a punto.
Aquel día tenía a mi disposición por lo menos seis o siete piezas que podían haber funcionado perfectamente en la fisura, pero yo no las quise ocupar, consideraba que escalar rutas en tradicional emplazando no más seguros de los necesarios era un reto para la mente y siempre me gustó enfrentarme a ello. Hoy, creo que mi criterio de cuántos seguros son necesarios para una ruta estaba muy mal. Para todos quienes lean este testimonial, quiero decirles de forma muy sincera que engrandecer nuestros logros con pequeños detalles como quién ocupó menos seguros y quién más, no te hace mejor escalador y mucho menos mejor persona.
Mucha gente ha muerto por aquella forma de pensar y yo casi me uno al Club de Testarudos, mi arrogancia y exceso de confianza me jugaron en contra, exponiendo incluso a mi partner a tener que sufrir no sólo alguna herida grave, sino un trauma muy difícil de superar.
Y si te llegara a pasar alguna vez, te recomiendo dos cosas: ríe, se feliz; yo me tomé todo con el mejor humor que pude y me ayudo enormemente, te despeja, te hacer ver las cosas con optimismo. Lo segundo es ser valiente, nada es para siempre, el dolor desaparecerá. Para que todo sea más fácil, es bueno confiar en las personas que te están ayudando para que ellas hagan bien su trabajo.
Hoy, agradezco estar vivo, la caída que sufrí fácilmente pudo haberme causado la muerte o alguna condición física perpetua, y por suerte sólo tengo que lidiar con el dolor y con comerme las uñas por no poder subirme a una roca por un par de meses. La escalada es una disciplina hermosa, pero no vale la vida. La gente que nos ama y que amamos son las cosas que verdaderamente merecen aquellos esfuerzos y locuras.
Agradezco mucho a todos los que me ayudaron en este día tan difícil, se los agradezco de todo corazón.
Eduardo «Walo» Muños Diaz.
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