Relato: Espolón del Diamante en el Monte Kenia

Categoría: Escalada, Noticias

Lo único bueno de equivocarse es la alegría que produce a los demás

A medida que pasan los años, cada vez más me importa la estética.

Búsqueda de la «belleza» que me llevó a enamorarme del Corredor del Diamante al monte Kenia. Una preciosa línea de hielo que me robaba el sueño pero a la cual llegué tarde, porque en algún momento de fines del siglo pasado se derritió debido al calentamiento global.

A rey muerto, rey puesto. A sus costados habían otras rutas de escalada con carácter, dentro de las cuales estaba, ajá, el Espolón del Diamante.

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Lo que no estaba

El monte Kenia queda en… Kenia. Brillante.

O sea lejos. O sea, váyase solo no más. Tres días de vuelos y conexiones baratas a Nairobi primero y, después, a un poblado llamado Naro Moru.

El Kenia igual es alto (5.199 m) y, como está inserto en un parque nacional que es caro, no pude aclimatarme en el cerro. No me quedó otra que entrenar en un gimnasio de un hotel de 5 estrellas, al lado de una piscina. Qué pena.

Contraté un porteador llamado Ibrim y el 16 de enero comenzó la aproximación. Después de 20 kilómetros, el 18 me fui a dormir a pie de ruta con la idea de ver las condiciones. Que me era vital porque nunca pude encontrar un relato de primera fuente de alguien que la hubiera hecho.

¿Qué encontré en mi reconocimiento? Bueno, en realidad que NO encontré. No había agua en la pared y tampoco glaciar, el cual se había ido para Polonia. Eso me hizo más fácil pero también más difícil entrar a la ruta. No habría grietas, ni rimayas, pero si pulidos slabs.

Me pareció que lo más inteligente era entrar por el inicio de lo que alguna vez había sido el Corredor del Diamante, y de ahí pasarme a la roca. Pero no soy muy inteligente. Cabeceando meteoritos, la sudé gorda para salir del embrollo, pero últimamente podría meterme, escalar un largo y fijar una cuerda.

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Día moya

Antes de salir el sol ya subía por la cuerda fija con los puños mecánicos. Pero no pude llevarme conmigo la mochila (muy pesada por el agua) y la hube de petatear. Mala cosa.

Un largo fácil y quedé en la base de la placa de entrada de un perfecto granito. Auto-asegurado fui subiendo metros y cuando llegué al sexto grado, no me dio; demasiado susto de caerme. Me colgué, hice un péndulo rápido y tomé otra fisura más fácil. De ahí para arriba, empotrando manos y pies, creyéndome Donini.

Como tenía una cuerda de 60 metros, traté de unir largos para ganar terreno, pero eso hizo que consumiera más equipo de protección del que disponía. Algunos run-outs fueron de thriller.

Mantuve la rutina: terminaba de escalar, fijaba la cuerda, rapeleaba, subía con los ascendedores, izaba la mochila, me rascaba un coco y vuelta a empezar.

Como a las 6 de las tarde, tras otro largo bien lavado de VI grado llegué al vivac. Espectacular; realmente espectacular. Hasta pude mandar un mensaje por Whatsapp.

Cuerda corta

La noche fue más helada de lo que había presupuestado. Todas las botellas de agua amanecieron congeladas.

Seguí con la rutina del día anterior. La escalada no era difícil, pero… Tras resolver 4 o 5 largos cortos de una eterna travesía ascendente, a veces en roca mala, me establecí en un relevo que me hizo pensar que tenía la ruta en el bolsillo. Que fue justo cuando se puso a nevar.

Al principio con un grano seco enorme que daba para jugar ping-pong. No me pareció grave y me senté a esperar. Veinte minutos, me comencé a mojar y me metí dentro del saco de vivac. Dos horas después, las cascadas de nieve-agua y el hielo que se formaba sobre la cuerda, me convencieron que había que regresar.

Rapeles épicos, con cuerda corta. Algunos de tan sólo 10 metros. Dejando botado lo mínimo pero aún así se me fue agotando el rack: empotradores, nudos, friends, anillas…

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Cara porfía

Ni les cuento cómo fue caminar de bajada los 30 kilómetros. Pateando la mona. Descansé 5 días, no más para no perder la aclimatación y regresé.

Como ya conocía los detalles, esta vez fui más liviano. Al segundo día, siempre acompañado de Ibrim (que yo le entendí mal y se llamaba Abraham), y otra vez a pie de ruta.

El primer día, calcado al anterior. El segundo en la travesía ascendente, recuperando ¡JA! todo el equipo que había dejado botado. Luego, techos, fisuras, un supuesto VI grado que me salió fácil, roca buena, roca mala y segundo vivac. A la mañana terminé de escalar el Espolón propiamente tal y me conecté a la Arista Suroeste, más fácil.

Tras 200 metros, cumbre.

Estética

Para descender tuve que bajar al Portezuelo de las Nieblas (ese es un nombre de hombre).

De ahí tenía que subir a una cumbre satélite del Kenia, el Nelión. Para ello había que remontar las últimas pendientes de nieve y hielo y, como había llevado solo zapatos de trekking, me pegué los crampones con duck-tape. El resultado combinaba. Pero por si acaso, hice un anclaje, colocando un par de seguros de vez en cuando.

Los crampones perfectos. Ni se movieron. De hecho cuando legué a arriba, me costó 45 minutos sacármelos. De ahí navegación en terreno desconocido, buscando el inicio de los rapeles entre la niebla. No era obvio pero, bingo.

De bajada hice tantos rapeles que perdí la cuenta. Tuve problemas con la cuerda, un corte feo, después un par de rapeles sobre‑verticales y fin. El acarreo. Lo había hecho.

Con los últimos rayos del sol, tuve tiempo de sentarme y mirar los moribundos glaciares. Momentos en los cuales, lo admito, me hubiera encantado tener al alguien al lado para decirle:

– Mira qué lindo.

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Quisiera expresar mis más sinceros agradecimientos a Out!, representante en Chile de varias marcas de montaña y escalada, entre ellas Petzl, y también al Club Alemán Andino, DAV-Chile, por su cariño y apoyo de todos estos años.

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