Nanga Parbat, la montaña asesina

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Nanga Parbat, la montaña asesina

Para la mayoría de los que practicamos montañismo, el Himalaya se vislumbra en el horizonte como un paradigma, casi como un sueño.  Las altas cumbres asiáticas parecen ser el escenario perfecto para poner a prueba la experiencia acumulada durante años. En aquellas cordilleras lejanas que nos hacen soñar, sobresale el Nanga Parbat, tanto por su belleza como por su cargada historia, muchas veces asociada a las tragedias.

Ubicado específicamente en el Karakorum, Pakistán, el Nanga Parbat alcanza los 8.125 metros de altura, lo que la transforma en la novena montaña más alta del planeta y la segunda más alta de Pakistán tras el K2. Su nombre en urdú, lengua originaria la zona quiere decir  “La Montaña desnuda” debido a su imponente prominencia y a que en sus alrededores no existe montaña que le haga sombra. Pero también se ha hecho conocida como “La Montaña Asesina” debido a la gran cantidad de alpinistas que han encontrado la muerte en sus laderas. De hecho, antes de ser ascendida por primera vez en 1953, ya habían muerto 31 montañistas en las tentativas previas.

Esta enorme montaña presenta tres vertientes por las que suelen ir sus rutas: la cara oeste o del “Diamir”, la cara norte “Rakhiot” y la temible cara sur, la más prominente del planeta con más de 4.600 metros de desnivel, “Rupal”. El año 2012 los ingleses Sandy Allan y Rick Allen abrieron uno de los últimos grandes desafíos en Himalaya al ascender a la cumbre del Nanga Parbat por el filo suroeste, más conocido como arista Mazeno, filo de 10 kilómetros de longitud que implica ascender y descender al menos siete cumbres secundarias, actividad que sería reconocida con el Piolet de Oro.

Junto al K2, el Nanga Parbat permanece sin ascensos invernales, pese al esfuerzo de las fuertes cordadas que durante los últimos años han tratado de conquistar su cumbre sucesivamente.  ¿Serán los polacos?, ¿volverá a intentarlo Simone Moro?, esperemos que aquellas incógnitas se puedan dilucidar el próximo invierno.

Si el Everest era asociado a los ingleses y el Annapurna a los franceses, el Nanga Parbat era alemán. Desde las primeras tentativas a comienzos del siglo XX la montaña fue asediada por expediciones teutonas, por lo que era cuestión de tiempo que fuera una expedición gestada en  Alemania la que lograra poner fin a los esfuerzos por conquistar el esquivo macizo. En el caso del primer ascenso, la expedición fue híbrida al contar con participantes alemanes y austriacos. El primer ascenso data del año 1953, en aquella oportunidad  fue el gran escalador austriaco Hermann Buhl quien puso fin a décadas de tentativas al alcanzar la tan anhelada cima. Buhl alcanzo la cumbre en solitario a las 7 de la tarde debido a que sus compañeros se dieron la media vuelta cuando faltaban más de 1.000 metros de desnivel. En la cumbre dejó como testimonio su piolet de madera, por lo que comenzó a bajar sin su herramienta. Exhausto, debió soportar un vivac y durante el descenso perdió uno de sus crampones, mas por suerte y a pesar de las dificultades logró llegar casi sin energías al campamento alto tras 40 horas de actividad. Buhl se convirtió de esa manera en el primer alpinista en la historia en ascender en solitario (sólo desde el campo alto) y sin el uso de oxigeno suplementario una montaña de más de 8.000 metros. Un verdadero hito, digno de uno de los mejores escaladores de su generación. La ruta de este primer ascenso comenzó en la ladera norte vía el glaciar Rakhiot, para luego montarse en el filo este, hasta la cumbre. Esta ruta tiene tan sólo una repetición a la fecha.

nanga parbat cara norte

Otro hito que acabó siendo un capítulo aparte en la historia del himalayismo, fue el primer ascenso por la vertiente Rupal que lograron el mítico Reinhold Messner y su hermano Gunther el verano de 1970. Ambos, desobedeciendo las órdenes del líder de la expedición, subieron ligeros y comenzaron el descenso por la vertiente del Diamir. Durante el descenso Gunther Messner desapareció al ser barrido por una avalancha. Reinhold, con lo puesto y sin alimento, logró descender por sus medios hasta ser encontrado al otro lado de la montaña cuando todos lo daban por muerto. La muerte de Gunther Messner levantó todo tipo de suspicacias que inculpaban a Reinhold por el lamentable desenlace de la expedición.
Reinhold Messner volvió en 1978 para buscar a su hermano y para concretar el primer ascenso íntegramente en solitario y sin oxigeno por la cara del Diamir, no tuvo suerte en la búsqueda. De todas formas el cuerpo de Gunther fue encontrado a los pies de la vertiente el año 2005.

Entre otros hitos destacables podemos contar el primer ascenso en estilo alpino por el pilar central de la cara Rupal por parte de Vince Anderson y Steve House.  La actividad les tomó 5 días para subir y 2 para descender. ¡Express!. Se ganaron el Piolet de Oro.

El primer ascenso chileno al Nanga Parbat se realizó el año 2007 por la vertiente del Diamir. Ese año dos grupos de montañistas pusieron sus ojos en la Montaña Asesina, por un lado un grupo de la Universidad de Santiago  y por el otro,  un grupo de la Universidad Católica. Todos coincidieron en la montaña y terminaron uniendo fuerzas para poder acceder a la anhelada cumbre. De esa manera, fueron cinco los chilenos que pisaron la cumbre del Nanga Parbat por vez primera: Luis Álvarez, Ernesto Olivares, Pablo Gutiérrez, Andrés Jorquera y Cristián García – Huidobro, inscribieron su nombre en la historia del himalayismo nacional.

nanga parbat messner1

Uno de los últimos acontecimientos nefastos acontecidos en la montaña fue el ocurrido el pasado 2013, cuando un grupo de talibanes irrumpió en el campamento base, en la vertiente del Diamir, asesinando a 11 montañistas de diversas nacionalidades. La inestabilidad política y la amenaza terrorista se suma a las dificultades técnicas y al alto nivel de exposición de esta montaña, convirtiéndola, literalmente, en la montaña asesina.

A continuación, y para la motivación, les dejamos un buen relato de Mark Twight en el que nos cuenta una experiencia vivida en la cara sur de esta temida mole de hielo.

Durante mi tentativa en estilo alpino a la pared del Rupal del Nanga Parbat con Barry Blanchard, Kevin Doyle y Ward Robinson, en 1988, las cosas se salieron de control. Tras escalar más de 3.900 metros verticales en cinco días, estábamos cansados. La escalada nos absorbió tanto que ninguno se dió cuenta de las nubes.

El primer indicio que tuve de que se había desatado una tormenta fue un alud de nieve en polvo que me obligó a volver a la reunión. Habíamos alcanzado los 7.860 metros y superado todos los problemas técnicos.  Entre nosotros  y la cumbre no había más que 360 metros de nieve relativamente fácil.  Pero a causa de la tormenta  y de nuestro escaso margen de seguridad, sólo teníamos una salida: bajarnos, ya fuera deprisa o despacio.

La nieve se acumulaba en la hoya que teníamos por encima y el viento la mandaba corredor abajo. Los relámpagos iluminaban la cresta cada dos minutos. No escuchábamos truenos explosivos, sólo el sonido ininterrumpido de un desgarro. Yo estaba tan tenso que ardía. A mi lado, Ward se iba muriendo poco a poco (la altitud lo estaba matando) y la hipotermia empezó a hacer de las suyas. Observé cómo luchaba para evitar que su alma dejara su cuerpo. Los aludes nos llegaban hasta la cintura y barrían la pared continuamente.

Barry bajaba primero e iba montando los rápeles, luego iba Kevin a tallar reuniones y luego Ward. Como yo era el menos pesado, me quede último. Mi tarea era recuperar los seguros de refuerzo del rápel. A mitad del segundo rápel, una crecida del torrente de nieve en polvo, que caía sin parar, me puso boca abajo. Me arrancó las gafas de ventisca y me llenó la capucha de piedras y nieve.

Al final del tercer rápel nos aseguramos los cuatro en una cinta cosida  de 17 milímetros, pasada por la oreja de un Snarg. Cuando estábamos tirando de las cuerdas para recuperarlas, las hoyas de arriba dejaron caer de golpe toneladas  de nieve en el corredor. La nieve nos golpeó como un tren de carga y nos arrancó de la de la rampa de hielo de 60 grados en la que estábamos. Se me quedo el corazón en un puño. No era capaz de alcanzar el tornillo con la mano a través del alud, ni siquiera de sacar un piolet de mi arnés. Sabía que tenía que descargar el peso del Snarg.

nanga parbat 1

Mi imaginación se estaba desmadrando. Podía ver como saltaba el tornillo o cómo se rompía la cinta y los cuatro nos íbamos al garete. Ocho piolets, ocho pies con crampones, cuatro mochilas y cuatro cuerpos masticados, escupidos, sin vida en un agujero. Yo no quería morir así, pero no estaba en situación de elegir.

Cuando el alud amainó, nos dimos cuenta de que el rostro de Ward estaba mirando al vacío. Lleno de mocos, y con los ojos congelados y cerrados. Sin subir el tono dijo: “Iba a soltarme y acabar con esto de una buena vez”.

Cuando llegamos al resalte de hielo a las 9 de la noche, parecía que aún teníamos algo controlada la situación. Empecé a tallar una repisa en la que pudiéramos meter a Ward en el saco de dormir y encender las cocinillas.

Barry y Kevin estaban recogiendo el último de los siete rápeles. Barry se encontraba en lo alto del último rápel pensando en destreparlo, porque tenía miedo de que se engancharan las cuerdas si tirábamos de ellas diagonalmente a través de una arista rocosa.

– Kevin, voy a soltar las cuerdas – gritó Barry hacia abajo. – Vale, las suelto – le contestó Kevin.

Supongo fue entonces cuando perdimos el control, junto a nuestras dos únicas cuerdas.
Kevin pensó que Barry las iba a recoger, y Barry que Kevin las tenía agarradas. Ambos estaban equivocados, aunque ninguno de los dos se dio cuenta en aquel momento.

Barry y yo destrepamos hasta nuestro último vivac a 7.000 metros. Kevin se quedó cuidando a Ward. Más tarde bajarían a donde estábamos nosotros.

Mientras colocaba un parante en una de nuestras carpas de goretex,  empuje sin querer la carpa  fuera de la repisa. Escuché como un tonto cómo se deslizaba, sin intentar agarrarla o ir detrás de ella. En lugar de eso, tiré el parante detrás de ella pensando “bueno, otra cosa con la que no hay que cargar más”.

Empecé a cavar una cueva en la nieve y la termine para cuando llegaron los otros. La tormenta nos acompañó toda la noche. El nuevo día no prometía mejoras. Teníamos que salir de la pared, obsesionados como estábamos por uno de los comentarios de Messner: “Es imposible bajarse de la pared en una tormenta, así que mantened los campamentos bien aprovisionados”. Esa mañana se nos acabo la comida.

Mientras hacíamos las mochilas, Ward preguntó por las cuerdas. Le miramos horrorizados, nos miramos entre nosotros y al darnos cuenta de la situación nos quedamos hundidos en la nieve, 3.600 metros encima de la pared más grande del mundo y sin cuerdas. Miré hacia los otros tres pares de ojos, preguntándome quién de nosotros iba a sobrevivir.

Supusimos que en el Couloir Welzenbach quedaban cuerdas fijas suficientes como para que pudiéramos aprovechar un tramo lo suficientemente largo como para seguir rapeleando. Uno a uno vi desaparecer los trajes amarillos y azules en la tormenta. Una cordada, claro, pero de animales solitarios, cada uno luchando por su supervivencia. Destrepamos hasta una placa venteada porque no teníamos alternativa: ¿Qué diferencia hay?, pensé, o me muero en este alud, o cuando se rompa la cuerda fija que lleva puesta  4 años o sencillamente me siento por estar demasiado agotado para continuar. ¿Qué importa?

A 6.700 metros encontramos, colgada de varios pitones, una mochila vieja y machacada con letras japonesas escritas. La abrimos sin grandes esperanzas, por pura curiosidad. No podíamos creénoslo. Primero aparecieron sesenta pitones, luego una docena de tornillos de hielo, luego tabletas de chocolate. En el fondo de la mochila Barry encontró dos cuerdas nuevas de 50 metros. Era el 14 de Julio y nos acabábamos de librar de la guillotina. A las 6 de la tarde del día siguiente llegábamos a pie al campamento base.

Más tarde, reunidos en el ministerio de Turismo, un oficial nos preguntó si nos había gustado nuestra expedición al Nanga Parbat. Barry le contestó: “Ha sido como acostarse con la muerte”.

***Por Sergio Infante*** (más artículos del mismo autor aquí)

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