Rio Loa // descubriendo un paraíso de las fisuras

El río Loa partió siendo todo un misterio. Gracias a los datos de nuestro buen amigo Andrés Zegers, al empuje de Javier Gana, quien organizó toda la logística del viaje, y al apoyo y financiamiento de Adidas Outdoor, compramos los pasajes a Calama y partimos. Éramos un equipo de seis personas con el fin de hacer todo un registro fotográfico y audiovisual de la expedición. Pleno invierno, un calor sofocante de día y un frío tremendo en la noche y sobretodo en la madrugada.

No sabíamos si encontraríamos las fisuras que teníamos en la mente, sólo sabíamos que había que explorar y tener suerte, algo no muy fácil. Dos camionetas, comida suficiente, cervezas y toda la motivación, nos adentramos en el cañón del Loa. Llegó la primera noche y la verdad estábamos bastante perdidos y cansados, paramos los autos y a dormir. Al día siguiente, con mucha incertidumbre pero con toda la esperanza, nos levantamos en medio del desierto con mi compañero Juan Señoret y salimos del cañón para ver la vista del desierto y sus volcanes. De pronto, nos dimos cuenta que a lo lejos se veía un panorama prometedor, de lejos al menos. Tomamos desayuno y partimos. Tan solo unos kilómetros más allá de donde habíamos dormido, al darnos cuenta que habíamos llegado a un anfiteatro con más de 10 líneas posibles nos volvimos locos. Lo primero que hicimos; sacar los equipos y ponerse a escalar. Con el pasar de los días fuimos encontrando más y más rutas y sectores, no lo podíamos creer de estar escalando en el lugar soñado lleno de líneas vírgenes para elegir. Además, todos los días salían líneas de primer nivel, hermosas para escalar y ninguna tan fácil en su nivel. Allá predominan los diedros, las líneas de manos y los offwidths; todo en su mayoría cinco estrellas. Al cabo de siete días no nos quedaban manos, habíamos equipado al menos 18 rutas y la expedición ya se terminaba.

La experiencia que adquirimos en esa expedición nos dejó tan alucinados con el lugar y su escalada que no dejamos pasar la semana entera que se nos regaló para el 18 de septiembre para volver. En esta oportunidad fue distinto, decidimos recorrer los más de 1300 kilómetros en auto, esta vez, Juan Señoret, Cristóbal Señoret y yo.

Personalmente, en la primera expedición vi tantas líneas increíbles que quedaron pendientes, que fue inevitable buscar otro destino para estos días.

Después de un largo viaje llegamos una tarde de septiembre a descansar al Loa, con mucha energía y expectativa sobre los próximos días. De ahí en adelante nos dedicamos a equipar todas las rutas que estaban pendientes además de otras nuevas que íbamos descubriendo en el camino. No repetimos ninguna línea de la expedición anterior. La verdad salieron rutas increíbles, las cuales te dejaban sin palabras luego de escalarlas. Fueron días de mucha paz y calma debido al entrono en que te encuentras, de muy buena escalada y harto trabajo en la pared, limpiando y equipando. Además, llegó un grupo de amigos que nos hizo buena compañía y nos ayudó a equipar algunas líneas.

Luego de ocho días teníamos equipadas cerca de 25 líneas más, con lo que el lugar se va consolidando, al igual que varios sectores que quedaron con varias rutas.

Un panorama más que recomendado a todos los amantes de la escalada tradicional y las fisuras perfectas. Se llama a cuidar el lugar, a dejar limpio, a respetar a los indígenas locales y su historia, a llevar agua ya que la del río está contaminada por las mineras y a traer doble o triple rack ya que muchas líneas te exigen la repetición de 3 y hasta 4 números del mismo tamaño.

Dejando claro que sin ayuda esto sería muy difícil de realizar, aprovecho de dar las gracias por todo el apoyo que nos han entregado a Adidas Outdoor, a Petzl, a Suntime Accesories, a Taragüi, a Kaya Unite y a nuestras familias quienes siempre han sido un apoyo incondicional para nosotros.

Texto: Diego Señoret

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