Cerro Facón // una primera ascensión con rasguños y desprendimiento de roca en Patagonia

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Ya es conocido para montañeros que la Patagonia ofrece escenarios hostiles y de incertidumbre, donde los sueños son realizados con la ayuda de la tenacidad y la búsqueda de aventura por sus terrenos poco explorados. Delicadas agujas y escarpados filos son el contexto en los que se desenvuelve la historia del Cerro Facón, tierra de Tehuelches y Gauchos. Ubicada al Noroeste del macizo del Cerro Castillo y al Norte del Cerro Palo. Los protagonistas: Franco Cayupi, Daniel Zapata y Pablo Miranda.

Es la noche del día miércoles, y estamos terminando de arreglar los últimos detalles para la gran aguja que habíamos visto meses atrás, junto a Daniel Zapata, un motivado montañista y escalador de estas bellas tierras.  En esta aventura se nos unió Pablo Miranda  un fuerte escalador y montañista local.

El invierno finalizaba y comenzaba la primavera en este punto de la tierra, con el caprichoso clima de la Patagonia, habíamos esperado con asedio una ventana de cuatro días en los que se  promete buen tiempo, pero no existía seguridad alguna de su estabilidad.

Después de recorrer algunos kilómetros desde la Villa Cerro Castillo, pasamos la primera noche en el campamento llamado “Porteadores”, lo decidimos así, ya que debíamos reservar fuerzas para lo que venia. Teníamos que llegar al segundo campamento en el portezuelo, que esta ubicado al norte del Cerro Palo. Como es habitual el cerro nos recibió con un fuerte viento, el cual nos hizo trabajar para construir una pirca de protección y poder armar la carpa con más seguridad.

A las 7 am, con un cielo estrellado y unos cuantos grados bajo cero, rodeamos la laguna glaciar con una cota de 1500 metros aproximadamente y con pendientes que variaban por 50° y 60 ° grados de inclinación. Una vez en la canaleta elegida el día anterior, nos dimos cuenta que no tenía la suficiente nieve, dejando al descubierto placas de un delicado y quebradizo basalto, imposible de proteger en su ascensión, así que tuvimos que ir en busca de otra. A las 12 del medio día, ya estábamos fuera de la segunda canaleta elegida y frente a un tapón de roca, en el cual me pegué un vuelo por el desprendimiento de la roca descompuesta, donde la protección con empotradores fue vital para evitar un fatal accidente. Daniel fue capaz de superar esta pared, rasguñando los pequeños resaltes en la roca, cubierta por hielo acartonado, guiándonos a los confortables rayos del sol. Luego de buscar la protección natural por un filo,  Pablo escaló como cohete para mitigar el castañeo de mis dientes en un  dificultoso avance por 100 metros de desnivel con pendientes de 80 ° grados en  4 horas de trabajo.

Felices de estar juntos en un filo de este maravilloso cerro, nos tomamos unos  tragos de agua y comimos unas pequeñas raciones de comida para prepararnos a descifrar el laberinto de expuestos filos que nos obligaba a buscar nuevamente por el oeste, bajando y subiendo por escarpado terreno entre roca y nieve. Pablo con su usual rapidez tiraba de primero por un largo de roca con nieve  llevándonos al hombro que nos llevaría a la cumbre. Habíamos perdidos mucho tiempo, eran las 15 hrs. y nos habíamos puesto como tope las 14 hrs para bajar. Nos quedaba el ultimo largo (5.8/V) muy aéreo, donde Pablo tuvo que sacrificar la calidez de los bototos plásticos por las adherentes, pero frías, zapatillas de escalada para poder superar 15 mts  de desnivel aproximadamente.

Una vez en la pequeña cumbre, nuestras almas lograban disfrutar de la simpleza de la vida con una vista privilegiada sólo para los cóndores. Un cálido y nervioso abrazo de los tres fue el cordón que nos unió a esta elegante y benevolente montaña de 1750 mts.

En el descenso hicimos largos rapeles que finalmente nos dejarían sobre una canaleta de 75° de inclinación y bajo una peligrosa cornisa del porte de un auto. Rápidamente  recuperamos las cuerdas para evitar el trayecto de caída de semejante pedazo de hielo, a las 21 horas después de 14 horas de actividad continua y dos litros de agua para tres, nos abrazábamos nuevamente en la tranquilidad del portezuelo en donde se ubicaba nuestro querido refugio.

Esta bella montaña llevaría el mismo nombre al que se le da al gran cuchillo del gaucho, habitante local de esta rica cultura.

Por Franco Cayupi Cuevas

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